Te escribo por qué no escribo

Por Daniel Lanfranco

Foto: Getty Images
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                                                                                                   “si te quiero es porque sos                                                                                                mi amor mi cómplice y todo                                                                                                        y en la calle codo a codo                                                                                          somos mucho más que dos

                                                                                                              – Mario Benedetti

 

La verdad, es que escribo por un sentimiento egoísta que no puedo vencer. Escribo porque entre las letras revivo la risa que electrifica mis neuronas, enciendo la piel que revive la mía, aprovecho el silencio para imaginar su voz.

Escribo porque me falla el espíritu político. No soy del pópuli. Soy un cínico que se niega a luchar por causas perdidas; que se niega a masticar un granito de arena y a pensar que con eso se cambia el mundo. Lucho por ella, eso sí, y por tener un trabajo que me permita quererla. Lucho porque la distancia y el tiempo me separan de ella más que cualquier gobierno. Lucho porque sé que el mundo se va a la mierda y nos queda poca vida, pocas risas, poco tiempo y, más que nada, poca libertad.

Escribo, en verdad, para contarte por qué no escribo:

No escribo porque cuatro punto seis billones de años añejan este planeta. No escribo porque si estos se resumieran en cuarenta y seis años, nosotros – las personas que luchamos o arrancamos de alguna causa – solo habríamos aparecido hace cuatro horas, la revolución industrial habría arrasado hace un minuto, y en los últimos sesenta segundos habríamos desintegrado la mitad de los bosques de todo el planeta.

No escribo porque en ese mismo planeta lloran a Charlie Hebdo. No se llora a Nigeria, al Congo, o al Sudan. No se llora por la niña de 10 años que murió con un explosivo atado a su cintura. No se lucha por ella que murió sin entender la causa de una política amasada por la violencia que supura, incansable, el Occidente. No escribo porque the United States of America escribe con misiles.

No escribo porque en Guatemala Ríos Montt se ríe. Y el resto de los países hipócritas se hunden en un chiste de mal gusto, sin decir palabra alguna frente a este insulto contra sus muertos. No escribo porque son los huesos de los finados que, con sus quemaduras, deletrean una venganza que se inflama como el capitalismo entre nuestras tierras.

No escribo porque en Canadá escribe el primer ministro. Porque tiene reuniones con pandas antes que verse con los indígenas. Porque prefiere cortar el país a la mitad con una tubería que vomita toxinas en sus niños, solo para volver a comprarlas una vez refinadas por el país vecino. Porque Harper escribe que las mujeres asesinadas en las carreteras del Oeste: “No están en mi agenda.” No escribo porque la gente vota por él, lucha por él y por el azul, que representa una calma que pudre. Votan por una economía que mina otras más débiles. Votan por la violencia invisible que distribuyen los Starbucks, los Kentucky’s, los Tim Horton’s, los McDonald’s. Porque se alimentan de un hedonismo malcriado.

¿Y Uds. quieren que me pare frente a una hoja en blanco y escriba la “desigualdad”?
Sí la máquina escribe sola con cada muerto que cae y cada uno de ellos desangra más la letra.

Yo escribo por la que quiero y la ternura de sus ojos. Escribo porque cada día es otra batalla de lucha contra el olvido, pa’ que éste no se asiente, pa’ que se acuerde que no me tiene que olvidar. Le escribo a ella porque me hace vivir a pesar de toda la mierda que se escribe en este mundo. Le escribo para acordarnos que entre la mierda también crecen las flores, que entre los vivos no se olvidan los muertos, y que entre las palabras, muchas veces, se entierran las causas. Pero escribo, más que nada, para decir que ¿a estas? hay que excavarlas todos los días, beso a beso y paso a paso. Por eso escribo con sonrisas frente a la hipocresía de la gente. Aliño comentarios superficiales con sarcasmo, para carroñar, para dejar respirando el hueso vivo y, al fin, nuestro esqueleto, nuestra verdad. Y es que la gente se avergüenza de mostrar sus miedos y su hipocresía. Le da miedo avergonzarse, ¡como si no fueran humanos! Se cubren de una arrogancia que carcome sus palabras en dudas, y estas depuran en nuestra ideología, en nuestra economía, en nuestras vidas. Votan por callar las noticias incómodas. Pagan por esconder nuestras muertes. Viven en las inconsecuencias. Escribimos mentiras históricas.

Vayan ustedes, con sus revoluciones y palabras anti-estatales, incendiarias, metralletas hechas a molotov. Yo desde acá las pudro. Evito las balas y sus guerrillas, sus manifiestos y constituciones. Me quedo con mis pies, mis manos y mi cariño.


Escribo para ella y por ella, porque ¿yo?… ya me cansé de mentir.


Daniel Lanfranco está cursando su último año de universidad (finalmente) donde se estará graduando con un major en Antropología, un minor en Sicología, y otro minor en Estudios Latinoamericanos. Su vida consiste principalmente en quejarse de las penas que su persona y la sociedad en la cual se encuentra sufren, en leer y escribir, y morirse de frío durante los inviernos canadienses. Por mientras ya que la literatura no promete ninguna ganancia con la cual pagar el arriendo, trabaja como mercenario culinario en distintos restaurantes en la ciudad de Toronto y repartiendo comida thai en bicicleta.