Ojo por ojo

por Elio B. Ramírez

Foto: NASA
Foto: NASA

—Si me preguntan, esto es lo que diré—, replicó el coronel Ramos, cuando el teniente Joseph Cirillo, jefe de la policía de la ciudad de Detroit, le mostraba las fotografías, las declaraciones de los testigos y la ausencia de marihuana y cocaína en el bolsón negro de Nicolás. Datos proporcionados por el abogado defensor del agredido.

Después de dos días de baja, el coronel Ramos había sido llamado a una reunión privada en la casa del teniente ubicada en Oatville, una hora y media al oeste de Detroit. Hacía calor, a pesar que ya se había terminado el verano.

—A ver, déjame escuchar tu versión— le interrumpió el teniente mientras examinaba detenidamente el rostro desfigurado y ensangrentado de Nicolás.

El coronel Ramos se cruzó de brazos para apaciguar una ráfaga de nervios que le quitaban la calma. Sabía que la noche del incidente con Nicolás, había consumido tres líneas de cocaína antes de hacer su turno de  guardia cerca de Dixie Pits Park. Su compañero de patrulla el coronel Singh, un tipo alto de piel canela y ojos vivaces, lo  acompañaba desde hacía  tres años patrullando durante los veranos. Juntos habían desarticulado una pequeña banda de cubanos que movían cocaína en el parque. También habían organizado un plan para atrapar al violador de Dixie Pits, un joven jamaiquino con problemas mentales que atacaba a las mujeres que caminaban en el parque. Habían sido galardonados por haber rebajado los niveles de violencia en la zona. Y ya le estaban siguiendo la pista a la mara salvatrucha quienes tienen una red de tráfico humano. Sin embargo, la prensa local empezaba a sospechar que el coronel usaba un método muy particular para ejercer justicia en las calles. El coronel, quien había heredado la espalda de búfalo, los brazos macizos, y las destrezas físicas de su padre, un cazador de alces  y venados del estado de Montana, descargaba su fuerza bruta sobre los malhechores. Sus puños rústicos y compactos robaban sonrisas, desfiguraban rostros, rompían costillas y dibujaban lagunas rojizas en las aceras. Su compañero de patrulla ya se había acostumbrado al modus operandi del coronel Ramos. Después de saciar su furia de animal herido, el coronel Ramos le dibujaba una sonrisa y le proponía: a este le damos un cargo por abuso policial. En cierta ocasión había sido demandado por la hermana del concejal Emerson Rodríguez, por haberle destrozado la nariz a su  joven hijo de diecisiete años, que justamente había decidido celebrar su cumpleaños con un purito de marihuana. Lastimosamente, había decidido hacerlo en el parque en donde el coronel Ramos estaba haciendo su turno esa noche.

—Bueno, podría decir que el detenido estaba mostrando resistencia. Obviamente había consumido alcohol y marihuana. Además estaba consumiéndola justamente en uno de los puntos de distribución de la mercancía.

El teniente Cirillo lo miró con seriedad y le dijo:

—Siempre dices la misma mierda. Sabías que este tipo es un trabajador social y que estaba haciendo trabajo comunitario con algunos jóvenes en riesgo social.

El coronel Ramos lo acuchilló con una mirada de rabia. Sentía que la cabeza le hervía y que el corazón le retumbaba con la misma violencia con que él atacaba a los malhechores.

—No—, replicó.  —Simplemente asumí que estaba distribuyendo drogas.

—Para qué tienes tremenda cabeza, Ramos. Ya sabías que te habíamos llamado la atención. Sabes que tienes que dejar al coronel Singh que haga las interrogaciones. Te lo habíamos dicho en varias ocasiones. Sabes que tienes que quedarte dentro del auto hasta que Singh pida tu ayuda. ¡Qué coños tienes en la cabeza!—, replicó el teniente Joseph Cirillo, sin perder la calma. —No estamos viviendo en un país del tercer mundo, por dios, Ramos—añadió luego de una breve pausa.

Ramos no podía contener su cólera. Sabía que el teniente tenía razón. Sabía que se le había pasado la mano. Y sabía que se había metido en gran problema. Nicolás estuvo en coma por dos meses. El coronel apenas recordaba cómo había desatado su furia ante la humanidad de aquel hombre delgado, de ojos pacíficos, quien tenía las manos arriba cuando el coronel Singh estaba interrogándole.  Suspiró un par de veces y se puso las manos en la cabeza.

—¿Y ahora qué?— preguntó tímidamente el coronel Ramos.

—¿Qué crees, cabrón?— le respondió su jefe.

—Tratamiento psicológico, horas de servicio comunitario, suspensión temporal…—propuso el coronel.

—No digas pendejadas, Ramos. Sabes lo que te toca esta vez—le dijo el teniente mientras desenfundaba su revólver y le apuntaba la frente.

El coronel Ramos se quedó inmóvil. Sabía que no andaba armado, y peor aún, que el Teniente Joseph Cirillo era buen tirador.

—Sabes quién es Nicolás—preguntó.

Ramos sintió una gota de sudor bajando por su espina dorsal. Movió su cabeza negativamente.

—Es mi hijo.

 


Elio B. Ramírez está en su cuarto año en la Universidad de Toronto. Obtendrá su licenciatura en estudios latinoamericanos, antropología y estudios transnacionales y de diáspora. A Elio le gusta practicar Capoeira, escribir, leer, dibujar y pintar. Aspira continuar con estudios de grado. Sus intereses académicos son educación, la narrativa latinoamericana y la administración de proyectos de emergencias y desastres.