Por Susan Cao
Eran las dos de la tarde cuando decidí hacer algo para remediar la situación. Salté de la hamaca y me puse unas chancletas. Salí sin decir nada, ya no hacía falta dirigirles la palabra. Mis hermanas no paraban de llorar del hambre y mi mamá había perdido las ganas de atenderlas. Hacía medio año que estaba desempleada y desde entonces vivíamos de los pocos ahorros que teníamos. Pero recientemente hasta eso se nos había acabado.
Me escurrí con adrenalina por los callejones llenos de perros husmeando en la basura. Tenía el objetivo ya en mente. Había una sola tienda en el barrio vecino que seguía operando a pesar de la pobreza que nos había caído encima. La mayoría de las personas hacían sus compras allí porque el dueño todavía mantenía los mismos precios.
Cuando llegué a la puerta de la tienda, bajé la gorra y la mirada para que el dueño no me reconociera. Me camuflé en la silueta de una señora gorda que iba entrando. La tienda no había cambiado; todavía tenía la misma cantidad de productos en las estanterías. La variedad había disminuido un poco – ya no había queso feta ni tampoco uvas verdes. Sin embargo, lo esencial seguía allí: carnes, frutas, vegetales, pastas, arroz y otros productos en paquetes.
Mi plan era robarle a hurtadillas una billetera a alguna clienta. Una era suficiente para comprar comida que nos duraría un par de semanas, si la racionábamos bien. Mis manos sudaban y sentían que ellas no descuidaban para nada sus bolsas. Comenzaba a rendirme cuando una de las señoras se paró a comparar dos productos. Esa era mi oportunidad, pero una voz masculina voló desde el mostrador hacia los oídos de la mujer cuando me acercaba a ella.
—El de la derecha viene más y sabe mejor.
—Gracias —respondió ella con una sonrisa.
Al escuchar eso, automáticamente me di la vuelta con los pies temblorosos y agarré el primer producto que mi mano tocó. Lo puse muy cerca de mi cara, fingiendo leer la etiqueta. Tomé unas bocanadas de aire. Después de unos minutos, comencé a desplazarme al otro pasillo. No había nadie. Cuando caminé al último corredor, solamente quedaban dos señoras. Una era la gorda con quien entré. No me había dado cuenta que ella podría ser la presa perfecta. Llevaba puesto unos anillos y unos aretes de oro. Me acerqué despacio, manteniendo la mirada en el suelo. Su cartera estaba abierta y podía ver un pedazo de su billetera asomándose. Traté de mantener la calma y moverme sin levantar sospechas. Sin embargo, estaba a un metro de ellas cuando ambas terminaron sus compras y se dirigieron al mostrador.
Le di un puñetazo a las bolsas de arroz.
—Puta madre —murmuré.
No tenía más remedio que agarrar algo de la tienda. Mi madre y yo podíamos aguantar unos días más, pero mis hermanitas no habían parado de llorar desde el mediodía. Hasta los vecinos vinieron a reclamárselo a mi madre.
Tenía que encontrar algo que las llenara y que fuera lo suficientemente pequeño para poder esconderlo dentro de mi camiseta. Tomé una bolsa de lentejas. Cuando me dispuse a correr sentí una mano sobre mi hombro. El dueño estaba detrás de mí. Traté de deslizarme de su garra robusta, pero terminé chocando con su cuerpo. Me agarró de la mano y con la otra tomó una bolsa de arroz y unas latas de atún. Me entregó los productos y me dijo:
—Los voy a descontar de tu sueldo.
—¿Qué? —exclamé en voz confusa.
—Comienzas mañana a las siete.
—¿Ud. me está dando un empleo?
—Necesito a alguien que me ayude a poner los productos en las estanterías y parece que puedes hacer el trabajo.
Dejé caer los productos y lo abracé .
—¡Gracias, gracias! Estaré aquí a las siete en punto.
Recogí la comida y me despedí de Don Sebastián.
Susan Cao está en su cuarto año en la Universidad de Toronto. Por el momento, está terminando su especialización en español, así como sus estudios latinoamericanos e de historia. Cree que la lengua española y la historia de los países en que se habla son temas importantes que deberían ser tratados. Por esta razón, desea ser maestra, y poder compartir conocimiento sobre el idioma y los eventos históricos de las regiones hispano-hablantes.