Julián

por Gladis Ruiz Serna

Foto: Joana Milcheva
Foto: Joana Milcheva

Volvían a ser días desde la última vez. De nuevo sentía su panza hacer ruidos acompañados de dolor. Todos en la calle estaban así pero había demasiada resguarda en la cuadra y sabían que aún no era el momento. Cuando se hizo más de noche y quedaba la última bodega abierta, decidieron hacerlo. Entraron corriendo a la bodeguita y empezaron a sacar todo. Un sonido ensordecedor los dispersó pero Julián se quedó enganchado a una máquina de precios.

—Ahora si los agarramos, pendejos—dijo una voz mientras lo cogían por el brazo y sentía que se rompía.

Lo agarraron tan fuerte que Julián pensaba que se le rompía el brazo, lo tiraron a la parte trasera de una camioneta junto a otro policía para que no saltara ni se escapara. Fue al único que agarraron. Una vez llegados a la comisaría Julián se sentó en la celda sintiendo el ojo palpitar.

Lo dejaron ahí tirado hasta el amanecer cuando llegó el abogado que le correspondía por ser menor de edad. La celda apenas lo albergaba a él y a un pedazo colchón. Hubiera estado más abrigado en las calles arropándose con el gras, en grupo. Ahora estaba solo, nuevamente. Desde la pequeña ventana que tenía muy cerca del techo ya entraba un rayo de sol.

—Ya llegó tu abogado…—dijo el oficial distraídamente.

El doctor Jiménez entró a la celda sin saludar a Julián y se sentó a su lado. El doctor Jiménez iba con un traje un poco maltratado y sudado con la corbata un poco fuera de lugar. Jiménez respiró profundamente y dijo:

—Bueno si me… —pero Julián lo interrumpió.

—¿Qué cosa quieres que te diga? —dijo tajantemente.

—Quiero que me expliques qué pasó.

—¿Para qué?

—¿Cómo, para qué? Para ayudarte, más vale.

—Para ayudarme, dice…

—Sí, Julián he venido a ayudarte porque eso es lo que hago.

—Sí, en este país nadie ayuda a nadie. ¿Por qué usted lo haría?

—Porque me importas.

Julián miró automáticamente para un lado y puso los ojos en blanco.

—Si claro… —dijo irónicamente.

La celda se quedó en silencio por unos minutos. El frío parecía penetrar más los huesos y parecía que el sol se estaba escondiendo nuevamente.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Por qué hice qué? ¿Robar comida? ¿Quieres que te diga que robé comida? Lo haya hecho o no, no interesa porque lo único que les interesa a estos policías es meter lo más que puedan a gente como yo en la cárcel.

—No es así, Julián…

—No me vengas con huevadas, que no soy un niño.

—No, no te vengo con huevadas pero tienes que entender que tienes que hacer las cosas bien, si las sigues haciendo como las vienes haciendo, tu situación no va a cambiar, y así sí terminarás en la cárcel, ¿acaso no lo entiendes?

—¿Acaso tú no lo entiendes? Claro que no entiendes…con ese trajecito qué cosa vas a entender tú…pituco…—dijo con una voz que quería ser brusca sin lograrlo.

—Si pretendes que viva en la calle para poder entenderte, estás muy equivocado.

—¿Y tú, qué sabes? —dijo fría y cortantemente Julián.

—He leído tu prontuario y sé que has tenido una vida muy difícil, que te quedaste huérfano muy chico…

—¿Tú qué sabes? —volvió a cortarlo Julián— ¿De qué hablas? Tú no sabes nada de mí, tú no me conoces así que no te vengas a hacer el buenito conmigo porque no te creo nada —dijo bruscamente, pero a punto de quebrarse.

—Escúchame, yo solo he venido a ayudarte…

Julián volvió a mirar al lado y no evitó que le cayeran lágrimas de los ojos. —Tu no entiendes…eran días desde que habíamos comido algo, teníamos hambre, ¿puedes entender eso?—dijo Julián llorando, secándose las lágrimas con las largas mangas de un polo que le quedaba muy grande para sus once años.


Gladis Ruiz Serna está en su segundo año en la Universidad de Toronto y, por el momento, está estudiando sociología e historia. En su tiempo libre, le gusta leer, ver películas, escuchar música y bailar. En un futuro no muy lejano espera poder conocer el mundo entero, comer todas las comidas, escuchar todas las músicas y ser muy feliz.